domingo, 5 de mayo de 2013

La ciénaga de Lucrecia Martel


La ciénaga no está en la ciénaga.



       La ciénaga de Lucrecia Martel empieza con un temblor. Algo tiembla y no son sólo las manos de Mecha, la matriarca borracha e impotente, una de las dos protagonistas. En el salón donde vi la película, hasta los vidrios temblaron. El paisaje empieza siendo apocalíptico: viejos borrachos se asolean con nubes grises, pegajosas y montañas que explotan. ¿Serán balas o serán truenos? Una caída abre y cierra la película: la de Mecha al principio y la de Luciano (sólo un niño) al final.                     
      No sólo se caen ellos, sino que se cae su integridad familiar, que pretenden  mantener definiéndose por encima de Isabel y otros “indios”. La sangre, la muerte, la vejez, la descomposición y la violencia parecen sólo crear un sentimiento de incomodidad, que se podría reducir o definir muy bien por el chirrido de las sillas de metal contra el asfalto o con las voces destempladas de las niñas de Tali, el otro personaje femenino principal.  Con todo lo que enumeré, lo único que pienso es en disturbing y en las fotos de mujeres de Cindy Sherman que me acuerdan del escote pronunciado y lleno de cicatrices de Mecha.
      Quisiera escribir algo sobre La Ciénaga que resuene, que retumbe tanto como retumbaba la primera escena (por lo menos en el salón en el que la vimos.) Pero como resuena el sonido, resuena la obra y me acuerda inevitablemente a Cien años de Soledad. Hay una historia familiar, un paisaje desconocido incluso a veces opresor, un coqueteo con el incesto entre Verónica y José; finalmente la obra parece concluir con la muerte del más joven de los miembros de la familia. Sin embargo falta el realismo mágico, falta el gusto por el sitio y falta la fuerza matronal de alguna Úrsula. Esta referencia para mí solo sirve entonces para acentuar el sentimiento de que en la película algo está fuera de lugar, de que esos elementos fueron evocados conscientemente y después puestos en desfase. Los papeles están invertidos, los viejos se emborrachan y los niños se limpian solos sus heridas. Tratan de ser burgueses no siendo indios, pero no siendo realmente. La ciénaga entonces, no está en la ciénaga, es un espacio imaginado y ficticio donde todos caminan hacia su destino sin poder evitarlo.






  

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