domingo, 5 de mayo de 2013

Crónica: Lo esotérico en la casa.


Al frente, El estudio Rojo.
Crónica sobre una sesión de Terapia de Respuesta Espiritual doméstica.

“El ciclo eterno de creerse o no creerse fuera de este mundo o dotado de capacidades sobrenaturales se repite a dos pasos de mi cuarto. Pero en esos altibajos emocionales no hay nada de sobrenatural.”



Es un sábado, es temprano dependiendo desde qué tipo de viernes pasado se mire; Son las 11:30 de la mañana aproximadamente en Bogotá, Colombia, en la calle 85 con carrera 8, en uno de esos apartamentos burguesitos del Norte de Bogotá… y en mi propia casa.

No es que lo que está a punto de pasar haya venido a domicilio a buscarme. Esto pasa siempre en el cuarto frente al mío, el que alguna vez fue mi estudio, con una gran mesa blanca que prometía ser la patrocinadora de todos mis proyectos “artísticos”. Con este estudio convertido en sala de consultas permanente, toda posibilidad de confianza con el espacio se fue por culpa de: el olor a incienso, la mesita de bebidas calientes con sus vasos desechables y su caja de Kleenex (¡indispensable!) y una muestra de libros especialmente curada para dar la imagen. Imagen, ¿de qué?

The New York Times Book of Wine, Identity Economics, A history of the American People y la serie del Señor de los Anillos son algunos de los libros que están puestos en las repisas de la biblioteca. ¿Seguramente la idea es mostrar la calidad de cultura general del recinto familiar? Como una forma de elevar las prácticas heterodoxas a un nivel de alta cultura, al nivel del estrato del apartamento. O mejor aún, excusar, a través de una imagen compuesta por libros construidos por la razón, lo irracional e irrazonable de lo que se practica en el espacio. En el cuarto, un sofá en L café, tapete morado pálido, una mesa baja con una estatua de Buda, un florero de colores y un parlante Bose (¿ otro objeto de marca que pretende legitimar el espacio?). En las paredes, dos afiches de Matisse, uno de Chagall y otro de Warhol. Uno de esos cuadros se llama el Estudio Rojo.

No es la primera vez que hago esto, pero esta es la primera vez en un largo rato, un rato durante el que juzgué todo lo que tenía que ver con eso. Se llama Terapia de Respuesta Espiritual (T.R.E. para los conocidos): un péndulo y un folder. “ Yo me relajo y dejo ir todas las preocupaciones…” es lo que me hacen repetir para empezar, como una declaración de credulidad inicial. Un péndulo se mueve para indicar las palabras escritas adentro y afuera de los pétalos de unas mandalas, lo que llaman unos “gráficos” numerados.

Durante la sesión todo me concuerda. La idea de esta terapia, es desbloquear programas del alma o antiguos traumas de esta o de anteriores vidas, que impiden avanzar. Algún problema de los míos se relaciona con una vida pasada. 1 (uno) señala el péndulo, después siete (7). Unidad? Siglo. Después de más indagación, de más apuntadas y acertadas del aparato que se coge de una pepita perlada y termina en una pirámide invertida de cristal. Resulta que fui un sacerdote ermitaño, relegado al silencio y a la lectura, pero quemado por un superior inquisidor por enseñar y sanar a través de creencias alternativas. Ahí entonces empieza el discurso que hace un paralelo con mi vida presente. Tengo un don, lo heredé desde el siglo XVII a través de mi “ADN”. Me intentan implicar en eso, mi don, mi don y mi manera de intuir. “¿No sientes una energía muy pesada?”, me dice. “Sí”, respondo (sugestión o realidad?).

            La sesión avanza y mis traumas de la inquisición se limpiaron con una voltereta del péndulo. Suponiendo que esto sucede no sólo en esta consulta especial ( que es hecha por un miembro de mi familia) sino que puede suceder en cualquier otra, entonces las adulaciones, o, para darle un nombre más bonito (porque en realidad lo fue), conclusiones grandiosas sobre mi personalidad, fueron genuinas. El péndulo apunta al gráfico 28 o algo así, con lo cual me dice, “La mayoría de gente no pasa del 20. Eso es porque eres grande de espíritu.” Me incomoda lo que implica esa frase y reclamo, desafiante: “Me cuesta trabajo creer que haya gente mejor que otra por “orden divino”. A lo cual me responde: “ No es que haya mejore so peores personas en el mundo, es que no todas vinieron a dejar una huello en el planeta. Tú viniste a dejar una huella en el planeta.” Con esa idea parece concluir la sesión, porque los siguientes mensajes que trae el péndulo o mi “yo superior”, muestran lo inferior que me creo con relación a lo que “soy”.

            Domingo a las 12 de la mañana: Desde donde escribo ahora, en el mismo estudio ya desprovisto de movimientos de péndulo, la magia se ha ido perdiendo. Cuando terminó la sesión salí convencida de todo lo más grandiosa que era. Ahora el ímpetu que eso causó se ha ido desgastando. Suena el timbre y me dicen: “Ven a conocer a Adriana”

            Llega una visitante vestida de rojo a la casa. Me ve y me dice, “¡Qué energía tan bonita! Pura luz azul.” En algún momento de la conversación me paro por algo, vuelvo y me dice: “Tú podrías haber sido una reina, no te escondas. No hay necesidad. ¡Qué energía tan bonita! Eres psíquica.” El ciclo eterno de creerse o no creerse fuera de este mundo o dotado de capacidades sobrenaturales se repite a dos pasos de mi cuarto. Pero en esos altibajos emocionales no hay nada de sobrenatural.

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