Al frente, El estudio Rojo.
Crónica sobre una
sesión de Terapia de Respuesta Espiritual doméstica.
“El
ciclo eterno de creerse o no creerse fuera de este mundo o dotado de
capacidades sobrenaturales se repite a dos pasos de mi cuarto. Pero en esos
altibajos emocionales no hay nada de sobrenatural.”
Es un sábado, es temprano dependiendo desde qué
tipo de viernes pasado se mire; Son las 11:30 de la mañana aproximadamente en
Bogotá, Colombia, en la calle 85 con carrera 8, en uno de esos apartamentos
burguesitos del Norte de Bogotá… y en mi propia casa.
No es que
lo que está a punto de pasar haya venido a domicilio a buscarme. Esto pasa
siempre en el cuarto frente al mío, el que alguna vez fue mi estudio, con una
gran mesa blanca que prometía ser la patrocinadora de todos mis proyectos
“artísticos”. Con este estudio convertido en sala de consultas permanente, toda
posibilidad de confianza con el espacio se fue por culpa de: el olor a
incienso, la mesita de bebidas calientes con sus vasos desechables y su caja de
Kleenex (¡indispensable!) y una
muestra de libros especialmente curada para dar la imagen. Imagen, ¿de qué?
The New York Times Book of Wine, Identity
Economics, A history of the American People y la serie del Señor de los Anillos son algunos de los libros que están puestos en
las repisas de la biblioteca. ¿Seguramente la idea es mostrar la calidad de
cultura general del recinto familiar? Como una forma de elevar las prácticas
heterodoxas a un nivel de alta cultura, al nivel del estrato del apartamento. O
mejor aún, excusar, a través de una imagen compuesta por libros construidos por
la razón, lo irracional e irrazonable de lo que se practica en el espacio. En
el cuarto, un sofá en L café, tapete morado pálido, una mesa baja con una
estatua de Buda, un florero de colores y un parlante Bose (¿ otro objeto de marca que pretende legitimar el espacio?). En
las paredes, dos afiches de Matisse, uno de Chagall y otro de Warhol. Uno de
esos cuadros se llama el Estudio Rojo.
No es la
primera vez que hago esto, pero esta es la primera vez en un largo rato, un
rato durante el que juzgué todo lo que tenía que ver con eso. Se llama Terapia
de Respuesta Espiritual (T.R.E. para los conocidos): un péndulo y un folder. “
Yo me relajo y dejo ir todas las preocupaciones…” es lo que me hacen repetir
para empezar, como una declaración de credulidad inicial. Un péndulo se mueve
para indicar las palabras escritas adentro y afuera de los pétalos de unas
mandalas, lo que llaman unos “gráficos” numerados.
Durante
la sesión todo me concuerda. La idea de esta terapia, es desbloquear programas
del alma o antiguos traumas de esta o de anteriores vidas, que impiden avanzar.
Algún problema de los míos se relaciona con una vida pasada. 1 (uno) señala el
péndulo, después siete (7). Unidad? Siglo. Después de más indagación, de más
apuntadas y acertadas del aparato que se coge de una pepita perlada y termina
en una pirámide invertida de cristal. Resulta que fui un sacerdote ermitaño,
relegado al silencio y a la lectura, pero quemado por un superior inquisidor
por enseñar y sanar a través de creencias alternativas. Ahí entonces empieza el
discurso que hace un paralelo con mi vida presente. Tengo un don, lo heredé
desde el siglo XVII a través de mi “ADN”. Me intentan implicar en eso, mi don,
mi don y mi manera de intuir. “¿No sientes una energía muy pesada?”, me dice.
“Sí”, respondo (sugestión o realidad?).
La sesión avanza y mis traumas de la
inquisición se limpiaron con una voltereta del péndulo. Suponiendo que esto
sucede no sólo en esta consulta especial ( que es hecha por un miembro de mi
familia) sino que puede suceder en cualquier otra, entonces las adulaciones, o,
para darle un nombre más bonito (porque en realidad lo fue), conclusiones
grandiosas sobre mi personalidad, fueron genuinas. El péndulo apunta al gráfico
28 o algo así, con lo cual me dice, “La mayoría de gente no pasa del 20. Eso es
porque eres grande de espíritu.” Me incomoda lo que implica esa frase y
reclamo, desafiante: “Me cuesta trabajo creer que haya gente mejor que otra por
“orden divino”. A lo cual me responde: “ No es que haya mejore so peores
personas en el mundo, es que no todas vinieron a dejar una huello en el
planeta. Tú viniste a dejar una huella en el planeta.” Con esa idea parece
concluir la sesión, porque los siguientes mensajes que trae el péndulo o mi “yo
superior”, muestran lo inferior que me creo con relación a lo que “soy”.
Domingo a las 12 de la mañana: Desde
donde escribo ahora, en el mismo estudio ya desprovisto de movimientos de
péndulo, la magia se ha ido perdiendo. Cuando terminó la sesión salí convencida
de todo lo más grandiosa que era. Ahora el ímpetu que eso causó se ha ido
desgastando. Suena el timbre y me dicen: “Ven a conocer a Adriana”
Llega una visitante vestida de rojo
a la casa. Me ve y me dice, “¡Qué energía tan bonita! Pura luz azul.” En algún
momento de la conversación me paro por algo, vuelvo y me dice: “Tú podrías
haber sido una reina, no te escondas. No hay necesidad. ¡Qué energía tan
bonita! Eres psíquica.” El ciclo eterno de creerse o no creerse fuera de este
mundo o dotado de capacidades sobrenaturales se repite a dos pasos de mi
cuarto. Pero en esos altibajos emocionales no hay nada de sobrenatural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario