domingo, 5 de mayo de 2013

Crónica sensorial: visita al museo del oro.


La día-crónica de oír al oro nadar.
–una crónica a partir de la escucha sobre “la Ofrenda” en el museo del oro de Bogotá-

“Cuando empieza el sonido, se apagan los que hablan en coordinación gramatical, esos que con un acento se definen a sí mismos. Una voz canta y es grave –inaudita- se alza un gran ser, lleno de vibraciones, ausente de gesticulación”




Entré a la sala y desde ese momento cerré los ojos.
  La entrada no la anuncia más que la conciencia de unas puertas frotándose contra el piso. Se oye como se acercan, como que algo avanza. Adentro no más que el crujir de la madera anunció la inestabilidad de mis pies al estar en la oscuridad y no poder ver, en el centro un huequito de vidrio inaudible. Al principio sólo se oían las voces. Y todo lo que viene con ellas. Respiraciones ¿de qué? De saberse encerrados, de una altura a la que apenas se acostumbran o una respiración de vejez? Voces que entiendo a medias, poco se moderan en señal de respeto a la supuesta ofrenda sagrada que más adelante vendría. Otro uso de las cuerdas vocales: algunos lo llaman gutural, otros fuerte. Y dicen que qué feo suena el alemán. Traté de entender. A la derecha, en una lengua que no requiere esfuerzo entender escucho que qué tonto ese gringo que toma fotos con flash. Basta el sonido de una obturación y un pitico para imaginar la desgracia. También está mi voz, que aparte de ser conocida, por alguna razón suena distinta y seguramente es porque se enfatiza por oposición a las erres, las gaj que vienen de Alemania. En el fondo me gustaría descubrir las onomatopeyas centrales de lo que me sale por la boca, así como las rrr, jjjj, ggg  de los compañeros turistas. Será acaso también el eco que produce el sitio donde se lleva acabo el espectáculo: circular, cerrado.

     Ahora bien, en algún punto  cesó cualquier posibilidad de definir raíces etimológicas o contrastes de pronunciación. Empezaron otro tipo de sonidos, vibraciones que comunicaban desde otra parte. Cuando empieza no hay relación alguna que hacer. Cuando empieza el sonido, se apagan los que hablan en coordinación gramatical esos que con un acento se definen a sí mismos. Una voz canta y es grave –inaudita- se alza un gran ser, lleno de vibraciones, ausente de gesticulación; dos elementos más se le unen: el agua y el tintineo del oro. El sonido es puro movimiento, viaja de lado al otro del semicírculo que sé que tengo enfrente.  Lo que sigue son unos minutos de caos, la historia se desarrolla, como espectador, más bien como oyente, de una manera en la que no es posible encontrarle un hilo a la historia. Quedan pocos recuerdos, si acaso del ritmo: lento, lento, lento, más rápido, rapidísimo, fuerte, se va yendo, se fue. Y el último sonido es el del agua.
  
   No queda un segundo para pensar cuando empiezan otras vez las jjj, las rrr, las ggg. Y en la memoria siempre la voz grave, indefinible, inaudita del cacique que le hace ofrenda a la laguna.

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